He criado a mis emociones como a unas hijas monstruosas.
Con ellas no practico disciplina,
orden ni mesura.
Llegan a la casa (que soy yo)
y lo desbaratan todo.
Manchan las alfombras,
rompen los jarrones,
abren las ventanas y amenazan con tirarse.
Gritan y lloran y comen hasta vomitar.
Yo me siento en un sillón rojo, enorme
como el de una reina un poco venida a menos.
una condesa tal vez,
perversa pero hermosa de tan triste
Y las observo mientras tomo algún licor
de cereza, que parece sangre
y admiro el desastre como si fuera una pintura.
“Ay estas niñas…” suspiro,
mientras se me trepan a las cortinas
del pecho
y me hacen llorar en el metro
“¡Son tremendas!”