Desde esta cueva de luz, suspendida intrépida sobre la calle,
que corre debajo de mí como un río oscuro:
escribo
y pienso
en la desconfianza de los hombres
en una navidad olvidada
en la soledad
que cubre el mar
y la casa de una vieja que riega sus plantas,
en sus ratos libres todavía bolea
los zapatos de un muerto.
Me acuerdo que nunca es lunes para un turista,
que justo ahora, algún chino
acomoda cuchillas y tuppers en un estante
mientras canta o llora o piensa en su casa
y por un momento, tengo la severa sospecha
de que del mundo, solo conocemos un simulacro.
Que el verdadero mundo pasa lejos,
de noche tal vez,
donde una montaña se enrojece solo para los pájaros,
los coyotes y las piedras
donde una perra da a luz en una gasolinera abandonada
donde una ballena roza apenas un glaciar moribundo
y emprende llorando el camino a casa.